sábado, 19 de junio de 2010

El cura Ángel Rodríguez Hernández, grano que se hace espiga

Francisco Peña

En la plenitud de su juventud, este joven sacerdote nos ha sorprendido a todos cuantos le conocíamos y queríamos, marcando un nuevo ritmo de existencia y de continuidad: convertido cual grano de trigo, cae en la tierra de nuestros sudores, para volverse hermosa planta, frondosa espiga, dorado grano.

Ya desde su más tierna juventud, cuando desde Tías –Lanzarote viene al Seminario diocesano de Canarias, para formarse como futuro cura, es el comienzo de ese agradable misterio de hacer grano, de hacerse espiga, y de hacerse pan dorado en el horno del cariño y de la entrega; a todos cuantos le conocimos y recibimos de él, el trozo de vida que nos regalaba como sabroso pan salido del horno, pudimos descubrir a través de cada uno de su gestos, actos y tímida sonrisa.

Ordenado sacerdote, la entrega generosa a su ministerio y la obediencia le llevan a da proclamación de las palabras y enseñanzas del Maestro, el Señor Jesús de Nazaret, encarnando su vida con la vida de sus hermanos los hombre y mujeres que conformaban sus comunidades, y ahí encendía la hoguera del Espíritu, al calor corroborado por sus obras y las obras de cada uno de los cristianos que hacían comunión con su ministerio, desde La Mesa de la Eucaristía, desde donde repartía los pedazos de pan de lo que ha sido su corta vida terrena, trasladando siempre la permanente esperanza con su animosa presencia en las visitas a su feligresía, su permanente contacto con los ancianos, la animación de vida con los jóvenes, niños, con sus compañeros sacerdotes y con los laicos/as que conformábamos los Consejos Pastorales Parroquiales o Arciprestales.

Siempre le preocuparon sobremanera los pobres, el mundo obrero Y SU REALIDAD.
Ahí daba pasos ciertos, ante tanta incertidumbres e injustitas de un mundo harto de palabrerío pero que con sobrada audacia mira hacia otro lado y hacia otros intereses. Ahí estaba el Cura Angel. Ahí acompañaba a los jóvenes de la J.O.C. (Juventud Obrera Católica) no para dirigirles sino para compartir la existencia, los anhelos, los esfuerzos y luchas, las reflexiones creyentes y sociológicas, las decisiones y la cultura por los derechos y la justicia que estos jóvenes habrán de compartir con sus compañeros y conciudadanos en el esfuerzo duro y permanente por un mundo con mejores horizontes. Esa era una de sus extraordinarias aventuras como sacerdote Conciliario de la JOC.