lunes, 26 de abril de 2010

Cuando hiede la política


SALVADOR GARCÍA LLANOS
Pero hay otro volcán, decíamos, que despide otras cenizas. El de Lanzarote. Arroja fango político, sordidez contagiosa. A este paso, hay que preguntar quién no está implicado pues no sólo es lo que hasta la fecha se conoce de la operaciones Unión y Jable sino los antecedentes de otros casos que se remontan a los primeros mandatos de la democracia, cuando se gestó un genuino estado de la impunidad: hazlo, ingresa, aprovéchate que no pasa nada.
El enriquecimiento fácil, la carencia de instrumentos de planeamiento y de mecanismos de control, una fiscalización al garete, la consolidación de prácticas caciquiles al calor de los poderes asumidos por los cabildos y, en definitiva, la supremacía de los ilícitos, se expandieron en el crecimiento de una espiral incontrolada, de modo que el surrealismo que envuelve tantas cosas de la isla devino en una sucesión galopante de desmanes, fechorías e infracciones al ordenamiento jurídico.
El volcán político de Lanzarote es un fenómeno -si se adjetiva natural, dada la evolución, tampoco se exagera- que avergüenza. No son conscientes los protagonistas del daño tan grande que han causado. A la población, a la política, a la democracia, a Canarias. Un fenómeno que hiede. Lanzarote es un cenagal de corrupción que va desbordando análisis y paciencia, dicho sea con las excepciones que hay que aplicar a quienes se mantienen al margen y ejercen en la esfera pública con nobleza, limpieza, transparencia y hasta con un mínimo sentido de la autocrítica. Un territorio donde la política repele, donde la sombra de sospecha se alarga sin fin y donde será difícil convencer a un solo ciudadano de que aún queda decencia y que es posible elaborar un proyecto o programa que, tal como están las cosas, empieza por sanear y regenerar la actividad política. Porque quedará alguien con cordura y con dosis de credibilidad, un suponer.
Que nadie olvide, en este sentido, que la política tiene también mucho de dignidad. Y que si ésta sigue siendo vilipendiada, continuará su entrada en barrena y la merma de su credibilidad no tendrá fin. Por eso decimos que los agentes políticos, los partidos, claro, sus direcciones, sus órganos, dispongan y ejecuten lo que proceda desde el punto de vista disciplinario pero, sobre todo, desde el formativo/pedagógico, de manera que a las bases se les diga, con claridad y sin dobleces, que a la política no se viene a medrar ni a trepar ni a enriquecerse en un par de mandatos por la vía fácil e impune.

Esa tarea, la de enseñar e inculcar valores, es más complicada pero empiezan a desarrollarla o reventones como el de Lanzarote ensuciarán de forma irreversible.
Lastimosamente, el nombre de la isla ha quedado asociado a la corrupción política. Los escépticos tienen razones para serlo pero ojalá que la repulsa del cuerpo social a comportamientos reprobables y los mecanismos que el Estado de derecho se va dando para acabar con aquéllos signifiquen siquiera un rayo de esperanza.
Para apenas percibir otro aroma.