martes, 23 de septiembre de 2008

Sectarismo de andar por casa



Carmen Merino Las Palmas de Gran Canaria
Puentear despreciando a las personas que legítimamente ostentan cargos y responsabilidades en virtud de intereses de grupo y personales sobrevenidos es un hábito indeseable en cualquier organización que siempre acaba mal. Puede desembocar en una guerra sin cuartel que exponga a la organización a la parálisis y el espectáculo de una crisis abierta en canal a los ojos públicos o bien acaba con el ánimo y el mucho aguante de la persona cuya dignidad profesional está siendo pisoteada.Y_es entonces cuando se produce la dimisión.
El sectarismo de Juan Fernando López Aguilar, sectarismo que castiga si cabe aún más a su propio partido, es lo que ha hecho imposible que las cosas en el grupo parlamentario socialista no saltaran finalmente por los aires. Porque si hubo una persona que ha recibió a López Aguilar con la voluntad de ser su escudero más fiel, este ha sido Francisco Hernández Spínola.
A mi juicio, su actitud ha sido incluso demasiado servil. Pero Hernández Spínola es un profesional de la política y de igual manera que sirvió a su señor cuando este adoptaba la identidad de Juan Carlos Alemán, aunque con menor entusiasmo, todo hay que decirlo, ha servido con todas las consecuencias a Juan Fernando López Aguilar.
Pero las cosas tienen un límite. Y en las personas casi siempre está fijado en ese cosa que llaman dignidad y que ni el más laxo de los orgullos puede obviar ni las desmedida de las ambiciones ahogar.
No se trata aquí de la confrontación de dos visiones del partido, como los que se han arrimado a la causa de López Aguilar pretenden hacer creer. Igual que desprecia a sus adversarios políticos, el secretario general de los socialistas desprecia a aquellos militantes y compañeros de la dirección del partido que no se arrodillan y comulgan con su idea de cuál debe ser la estrategia del PSC para llegar a gobernar. Las diferencias de opinión a este respecto son legítimas y sanas. Lo que no lo es que, a aquellos que difieren de la opinión del jefe, o que simplemente no la aplaudan con las orejas, se les haga el vacío. O lo que es peor, sean suplantados en las labores que le corresponden por personas que carecen de créditos para ello, salvo el seguidismo de las consignas que les son transmitidas con grandes saltos en el escalafón.
Tiene gracia, mucha gracia, que Juan Fernando López Aguilar se lamente de que algunos le están haciendo la vida imposible para que se vaya de Canarias. Porque si hay alguien que ha acabado con la paciencia incluso de aquellos que le recibieron con la esperanza que todo cambio conlleva, ese es el señor López Aguilar
En cualquier organización, como en política y como en la vida misma, es preciso estar dispuesto a escuchar a los demás, a negociar y a llegar a acuerdos que sean razonablemenente beneficiosos para cada una de las partes y para la suma de ellas. Precisamente lo contrario de lo que practica Juan Fernando López Aguilar.