jueves, 27 de diciembre de 2007

A COSTA DE LOS CONTRIBUYENTES

NICOLÁS GUERRA AGUIAR
Basta con echar un somero vistazo a la realidad política que nos atosiga y constriñe para llegar, de inmediato, a conclusiones ya intrascendentes por cotidianas y tan próximas a nosotros que resulta imposible dejar de verlas, por más que volátiles palabras puramente propagandísticas (cargadas de vacíos inconmensurables) pretendan hacer ver a la ciudadanía los aciertos de todos sus dirigentes políticos, aunque bien es cierto que algunos son muy valiosos.Porque nada original aporto si comento en alta voz que la mediocridad domina y que desajustes éticos y despilfarros están presentes en la cosa pública canaria: son realidades de todos conocidas y, con frustraciones, admitidas por aquello de la generalizada idea que se tiene sobre los políticos. Si levanto la mano para llamar la atención ante aparentes corrupciones, corruptelas, sobornos y perversiones, mis paisanos no solo no mostrarían alteración alguna en sus rostros sino que señalarían a ciegas nombres de municipios en el mapa de Canarias y hablarían de personas públicas, de personajes de todos conocidos en cuanto que han tenido sus diferencias con la Justicia, por más que algunos muy enraizados en las sospechas sigan echando mano a lo que toda sociedad libre les ofrece: la presunción de inocencia mientras no haya condena (y, a veces, aunque la haya: "Ojalá que mis hijos sean tan honrados como yo").Y, después, están los comportamientos no delictivos pero sí impactantes, desalentadores, los que pueden hacer sospechar que a políticos con mando en plaza les interesan más las veleidades que las cosas serias, los despilfarros que las racionalizaciones: véanse, si no, las facturas pagadas por variadísimos departamentos del Gobierno, de ayuntamientos, de cabildos, con motivo de las fiestas navideñas.Restaurantes y variados locales han estado recibiendo a funcionarios, a laborales, a contratados, en ininterrumpidas convivencias gastronómicas pagadas con dinero de nuestros impuestos por una razón ("es Navidad") que manifiesta la más absoluta sinrazón, el más criticable despilfarro, la más inoperante custodia y vigilancia de los fondos públicos. Y el caso de los cuatrocientos cincuenta comensales invitados por una señora concejala de Las Palmas no es más que uno entre cientos de ejemplos de cómo se dilapidan presupuestos, de cómo se vive alegremente con las tarjetas oro siempre que pague la Administración. Se trata, también, de la misma Administración -la municipal capitalina- que debe de andar aún en las etéreas vías de auroras, hemisferios, nodos o polos boreales a la búsqueda de mil quinientos euros que se le solicitaron para llevar a catorce alumnos de este municipio a un encuentro europeo en Tenerife (hace ya tres meses). Y situaciones como las expuestas, comportamientos como los señalados, actitudes que perplejan, sorprenden y anonadan, llevan a mucha gente al más radical de los desencantos y a darle -peligrosamente- la espalda a cualquier acontecimiento que huela a política. Postura, posicionamiento o actitud que, en un primer momento, pueden resultar incluso hasta comprensibles pero, sin duda, hartamente peligrosos. La incompetencia, la indiferencia, la cara dura de ciertos cargos políticos con poder decisorio no pueden anonadarnos, aislarnos, alejarnos de la cosa pública: muy al contrario, hemos de levantar las palabras y las razones, debemos denunciar tales comportamientos, exigir que se haga Política pero no contra nosotros, contra la sociedad, contra los intereses de las mayorías. No, no es de recibo que variadas Administraciones de Canarias anden en estos días más interesadas en viandas, agasajos, almuerzos, abrazos y discursos de salones que en las realidades sociales de la calle, de barrios convertidos en lodazales, de albergues, miserias y penalidades de miles y miles de ciudadanos cuyas vidas pasajeras son más de pesadumbres que de alegrías, de tragedias existenciales que de felicitaciones entre privilegiados invitados. No, no es esa la función de los políticos, de los presupuestos, de quienes fueron llamados a dirigir y organizar. No es a base de almuerzos y fiestas pagadas por la ciudadanía como se encauza la lucha por los demás, por el bienestar de todos. Resulta penoso que sea necesario recordarles minuto a minuto, paso a paso, que las urnas no les dieron absoluta potestad para hacer y deshacer absolutamente en la cosa pública con dinero público cuando hay -por ejemplo- idea clara de que la Cultura -no la oficializada, no la de profesionales- es la conciencia vigilante de un pueblo, "el humano tesoro" para el noventayochista Antonio Machado. Y que difundirla y defenderla (con la Enseñanza) es la única justificación -y la gran obligación- para específicos departamentos locales, insulares, gubernamentales. No, ni tan siquiera mediocridades e inculturas de algunos pueden justificar tal dispendio, tal despilfarro, tal abuso de los fondos públicos. Quienes fueron elegidos por las urnas están en la obligación de ser austeros frente a derroches, dilapidaciones, y han de exigir lo mismo a quienes dependen de su autoridad